domingo, 6 de febrero de 2011

De colibrís

Yo la vi revolver la tierra con sus delicadas manos. Temía lastimara sus dedos con las espinas de las rosas que aprisioné en una maceta hace tantos años. Yo misma le ofrecí mi rosal de honor cuando vi que la esperanza abandonaba su mirada. Fue tan grande mi ternura como mi sorpresa cuando días antes abrió sus manos y me enseñó con orgullo a su pequeño paciente. Quien víctima del aire cruel abandonó su nido sin saber volar. Nunca vi tan de cerca a semejante animal. Sus diminutas plumas eran verde tornasol, en su cabeza cambiaban a un azul eléctrico, y su pico era color mamey. Me enseño como lo alimentaba con una jeringa llena de un suerito de miel. Su cuerpo era apenas más grande que un níspero y tan delgado como un dátil. Era muy frágil y no podía volar. Dentro de su improvisada casita de cartón los días pasaron mientras su enfermera lo alimentaba con un suero de miel, agua y ternura. Hasta que un día se preguntó si no hacía mal al retener tanta belleza. El no podía volar, así que decidió comprarle una linda jaula para darle más espacio. Mi niña no imagino que para su amado huésped la jaula no significaba –vuela mi amor- sino –eres mio-. Ella intento enseñarle a volar, aun cuando ella no tenía alas visibles. El pequeño se deprimió, dejo de comer y de cantar. Él se entristeció porque parecía a su creer que ella lo estaba apartando de sus mimos. Ella lo tomo entre sus manos y le dio calor, le canto una cancioncita y le pidió perdón. Le juró que no era una prisión, que era una invitación a volar. No lo resistió y murió entre las manos de mi desconsolada nieta que no paraba de pedirle perdón por no saber volar.
Mientras enterraba a la avecilla le dije a mi linda niña "Tu vida estará llena de colibrís"

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